lunes, 14 de febrero de 2011

Después de caer nada mejor que volar


Salimos a andar en bicicleta al bosque un grupo de amigos con dos guías. Un guía adelante y otro atrás. Mi bici ya tiene varios años conmigo y aunque es de montaña es una bici pesada comparada con las nuevas. La ruta eran subidas y bajadas llenas de raices, piedras, hierbas, ríos, y algunos sembradíos. A veces el camino era estrecho, y  a veces estrecho con  subidas y bajadas pronunciadas, donde de un lado del paisaje el terreno bajaba por muchos metros hacia el río o a un montón de árboles. Así es la montaña. No hay planicies. Tienes que saber manejar tu cuerpo y a la bicicleta y siempre, siempre tienes que mirar hacia delante previniendo. Era la última del grupo, la octava, a veces en medio, a veces hasta atrás, modificando las rutas por miedo. Una de las cosas que más disfruto es la bici y de los lugares que más amo es el bosque. No sé porque me había cargado de temor antes empezar el camino. El grupo se dividió en dos y los de mi grupo se adelantaron un poco, me dijeron que gritara si necesitaba ayuda. Pedaleaba y decía: El miedo estorba. Avanzaba mientras mis mano dejaban cada vez más el freno. En mi mente sonó la frase: Aquí voy a perder el miedo. Mientras esperaba un poco de consuelo de lo árboles. Respire. Miré la bajada y quité las manos completamente del freno. Las llantas tropezaron con la raíces. Todo fue muy rápido. Grité. Caí de frente, luego de espaldas y terminé boca arriba con la cabeza al final de la bajada, un pie atorado en la bicicleta. Sentía un hinchazón en la boca, el pecho pulsándome con la cadera, con las piernas. Mi cuerpo entero pulsaba y soltaba calor. Era una sensación muy diferente a lo que estaba acostumbrada mi cuerpo. Había tenido un accidente, pero algo vibraba dentro de mí. Una emoción. Lo había intentado, había intentado quitar el freno a mi avanzar, no sólo en la bicicleta, sino en la vida. Como no estaba acostumbrada a hacerlo, me fui con todo al piso. Alcancé a ver la sangre de mi pecho. Mi grupo regreso por mí: No te muevas. No me había movido, el impacto no me había permitido reaccionar. Mi energía había sufrido un cambio. Sentía las heridas, la hinchazón, pero mis huesos estaban a salvo lo sentía.  El guía llevó su bici y nos acercamos al otro grupo. Mi hombre cayó en el mismo instante que yo había caído. wow, la de él fue una caída sencilla, pero mis golpes importantes coincidieron con los suyos. Mi guía me dio su bici y continué, por un camino más suave que el de los otros. No estaba tan decepcionada como cuando empecé o como cuando me hallaba  andando en la bici. Terminé herida pero vibrante.
Abrí la regadera, me desnudé no había parte del cuerpo sin herida, sin abertura, sin moretón, sin marca.
Después de caer me había vuelto a levantar, eso era lo importante. Tenía la bendición de poder seguir.  La cicatrización me dolió, más que el golpe. Mucho más. Pero eso pasa en la vida. Los golpes cambian tu rumbo, o te aturden, o te dejan en estado de shock, y después empieza un poco el dolor, el sufrimiento. Cicatricé muy rápido, más rápido que nunca. Aprendí de la caída, aprendí que al primer problema no se puede salir huyendo, aprendí que en la vida no se puede andar con miedo. Qué los miedos son las piedras y baches más atroces. He elegido avanzar sin miedo.
Al otro día del accidente, hicimos senderimos y llegamos al lugar donde despegan los parapentes Y ¿sabes? No hay nada mejor después de una caida que volar.







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